HISTORIA DEL REIKI - VERSION OCCIDENTEAL. Desde su fundación hasta la actualidad.
Hacia 1870, en Japón, durante la era Meiji, y a mediados de la misma, el doctor Mikao Usui era decano de una pequeña universidad cristiana de Kyoto. Este periodo fue de gran renovación en la historia del Japón y en el mismo se produjeron una serie de cambios en todas las capas de la sociedad.
A fin de recuperar la iniciativa industrial el gobierno, ansioso de ponerse a la altura de Occidente, abrió las puertas a los “bárbaros” extranjeros, con el fin de introducir todas las técnicas de la revolución industrial en el país, empezando por los ferrocarriles.
Con los diplomáticos volvieron los misioneros cristianos, que lograron un mayor interés del pueblo hacia el cristianismo, enriqueciendo de este modo el eclecticismo religioso existente. El doctor Mikao Usui adopto sin reservas el cristianismo y llego a ser sacerdote, y luego decano de un seminario. Durante una discusión con sus discípulos, uno de estos le pregunto al maestro si interpretaba al pie de la letra las enseñanzas de la Biblia. Y como Usui respondiera afirmativamente, los estudiantes le recordaron las curaciones milagrosas de Jesús, subrayando las palabras de Cristo: “El que crea en mi, realizara las obras que Yo hago. Y aun las hará mas grandes”. El estudiante pregunto porque no existía en el mundo ningún sanador capaz de ejecutar las mismas acciones. Cristo había ordenado a sus apóstoles curar a los enfermos y resucitar a los muertos. – Y si esto fue así, deseamos que nos enseñes su método.
Usui no supo hallar una respuesta. Según el código de honor Japonés, un decano debe responder a todas las preguntas de sus discípulos. Ante tal imposibilidad, Usui presento su dimisión y tomo la decisión de estudiar este misterio. Eran los misioneros norteamericanos quienes le habían dado si instrucción cristiana, y como el cristianismo era la principal religión de los Estados Unidos, decidió iniciar sus investigaciones en el seminario de teología de la universidad de Chicago. Después de largos e infructuosos estudios, Usui continúo sus investigaciones en el extranjero.
Sabiendo que también el Buda obtuvo fama por sus curaciones milagrosas, Usui determino regresar al Japón con la esperanza de descubrir algún hecho nuevo acerca de las curaciones espontáneas. Todas las crónicas que relataban los milagros de Cristo se habían extraviado, pero tal vez hallaría en el Sutra del Loto de la Buena Ley alguna aclaración. A su regreso se dirigió a los monasterios budistas, donde expuso sus preocupaciones.
Pero siempre recibió la misma respuesta, o sea que hoy día la gente no se interesaba por las curaciones espirituales.
Decepcionado, mas resuelto a tener éxito en su encuesta, prosiguió su búsqueda. Después de diversos fracasos, llego a un monasterio Zen, donde por primera vez le animaron a perseverar en su investigación. El Superior estuvo de acuerdo en que debía de ser posible curar el cuerpo físico, como hiciera Buda, pero que desde hacia muchos siglos prevalecía la búsqueda espiritual. El Superior, tras declarar que lo que se había realizado en una época podía ser posible en otra, invito a Mikao Usui a continuar la investigación en su monasterio. Y el entusiasmo del Superior alentó a Usui, el cual se sumergió en el estudio de los Sutras en japonés. Pero al ver que no conseguía ningún fruto empezó a estudiar chino, a fin de ahondar en todos los textos de los Sutras existentes en dicha lengua. Sin embargo, también los resultados fueron escasos, por lo que emprendió el estudio de los Sutras tibetanos. Aunque esta determinación exigía un conocimiento del sánscrito, reemprendió la tarea con el mismo ardor de antes.
Poco después de ese período efectuó un viaje al norte del Tibet. Unos manuscritos tibetanos descubiertos en el siglo pasado relataban las peregrinaciones de un santo llamado Isa, que varios eruditos han identificado con Jesucristo. No se puede afirmar que Mikao Usui tuviera acceso a esos documentos o a otros que describiesen casos de curación, pero sí parece cierto que después de haber terminado su estudio de los Sutras tibetanos, Usui creyó estar en posición de la verdad acerca de las curaciones de Cristo. Sólo quedaba ponerlo en práctica.
Pensando, pues, haber encontrado una llave del saber sobre las curaciones, Usui visitó a su amigo el maestro Zen para que le aconsejase respecto a la aplicación de esa ciencia. Los dos juntos meditaron sobre, ese asunto y ambos llegaron a la conclusión de que Usui debía ascender a la montaña sagrada, el monte Kuri Yama, situada a unos veintisiete kilómetros de Kyoto, donde practicaría el ayuno y la meditación. Era una empresa semejante a la de los indios norteamericanos cuando persiguen una visión. Usui no tardo en iniciar su peregrinaje hacia la cumbre del monte sagrado. Al llegar a un sitio dado, cara a Oriente, amontonó veintiuna piedras que le permitirían medir el paso del tiempo. De esta manera llegó al día vigésimo de su ayuno, víspera del último día. Había luna llena y su mano buscó a tientas la última piedra. Hasta entonces no había sucedido nada fuera de lo corriente, pero él seguía rogando con fervor. De pronto, divisó en el cielo una luz parpadeante y vio que caía hacia él, agrandándose a medida que se aproximaba.
Usui, atemorizado, quiso huir pero logró serenarse y convencerse de que quizá se trataba de la señal que aguardaba desde tanto tiempo atrás. Por consiguiente, no podía abandonar su búsqueda cuando tal vez estaba tocando ya los resultados. Entonces recibió el impacto, de la luz en su frente: y creyó haber pasado ya al otro mundo. Vio ante sí danzar miles de burbujas multicolores, que no tardaron en volverse translúcidas, y se dio cuenta de que cada una de ellas encerraba una letra sánscrita de color dorado, en tres dimensiones. Se le iban apareciendo una a una, lo que le permitía grabarlas en su memoria. De repente, Usui se sintió invadido por un gran sentimiento de gratitud. Como el fenómeno se había producido hallándose en un estado cercano al trance, al recuperarse por completo quedo extrañado al ver que era ya de día.
Impaciente por compartir con el Superior su reciente experiencia, Usui descendió del monte, pareciéndole que su cuerpo era mas recio incluso rejuvenecido lo cual no dejaba de ser raro tras un ayuno tan prolongado. En realidad, era el primer "milagro" de la jornada. En su precipitación tropezó con una piedra y se lastimó el dedo gordo de un pie. Cuando intentó darle masaje para calmar el dolor comprobó con gran sorpresa que en unos instantes la salida de la sangre había cesado y que la herida se cauterizaba rápidamente: acababa de producirse el segundo milagro. Continuó su camino y llegó a un albergue, donde decidió descansar. Todo aquél que realiza algún método de ayuno sabe que es peligroso romper una larga abstinencia con una comida algo copiosa. El posadero, al observar el ropaje monjil y la barba hirsuta del huésped, comprendió que acaba de pasar por un prolongado periodo de meditación y le ofreció un caldo. Pero Usui declinó el ofrecimiento y exigió una comida, una verdadera comida. Cuando la hubo ingerido se sintió muy en forma, tercer milagro. Antes de abandonar el albergue, la nieta del posadero, que le había servido la comida. y cuya mejilla estaba hinchada desde hacía varios días, sufrió un fortísimo dolor de muelas. Los modestos medios de su abuelo no le permitían consultar a un odontólogo de Kyoto, por lo que Usui le propuso su ayuda, que la niña aceptó de buena gana. Usui, entonces, colocó sus manos a cada lado de la cara de la jovencita y rápidamente se atenuaron la inflamación y el dolor. Fue éste el cuarto milagro. Cuando por fin llegó Usui al monasterio, halló al Superior presa de un ataque de reumatismo. Mikao Usui creyó deber suyo relatarle su aventura, y al mismo tiempo le impuso las manos sobre las zonas dolorosas de su cuerpo: el dolor cesó rápidamente, lo que dejó al monje estupefacto. Usui le pidió consejo sobre el empleo que debía hacer de su nuevo don, y aquél le animó a continuar su meditación.
Tras madura reflexión, Usui decidió dirigirse a un distrito pobrísimo de Kyoto con el propósito de curar a los mendigos del barrio. Pensó que al curar a esa gente les permitiría adquirir un nuevo nombre en el templo y un nuevo lugar en la sociedad. Cuando llegó a aquel distrito, puso manos a la obra de inmediato, curando a jóvenes y ancianos sin distinción. Obtuvo unos resultados casi maravillosos, pues muchos quedaron totalmente curados. Pero unos siete años más tarde, mientras proseguía con su labor, reconoció varios rostros familiares, especialmente el de un joven que le llamó la atención de manera especial;
-Creo que nos conocemos -le dijo Usui.
-Ciertamente -asintió el otro-. Yo fui uno de tus primeros casos de curación. Recibí un nombre nuevo, luego un empleo e incluso me casé. Pero no conseguí hacer frente a mis responsabilidades: la vida del mendigo es mucho más fácil.
Usui encontró otros casos análogos, y empezó a desesperarse. ¿Cuál era el error cometido? Después de larga reflexión, comprendió que no había sabido insuflarles el sentido de la responsabilidad, empezando por el de la gratitud. Y asimismo comprendió que toda curación física, para que sea duradera, debe ir acompañada de un equilibrio psíquico, puesto que prodigando el Reiki sin discernimiento había reforzado a los mendigos en sus actitudes ante la vida.
En este sentido, la importancia de un cambio de energía le pareció absolutamente vital. Todo acto recibido exige una contrapartida, sin la cual la vida está desprovista de valor. Fue en aquella época que el doctor Usui estableció los cinco principios fundamentales del Reiki. Y abandono los distritos pobres de Kyoto para enseñar por todo el Japón. También fue en esa misma época cuando adquirieron todo su sentido, con ocasión debían servirle para armonizar a los individuos permitiéndoles asumir la responsabilidad de su bienestar. Ayudándoles a aumentar su energía, podrían llegar a dominar su propio ego. Cuando Usui hubo afinado y perfeccionado su método, formó a los discípulos jóvenes que deberían seguirle en sus desplazamientos.
A principios del siglo XX, en 1925, poco antes de su muerte, Mikao Usui le confió al más entusiasta de entre ellos, el doctor Chujiro Hayashi, antiguo oficial de la marina, la responsabilidad de perpetuar la tradición del Reiki. Así fue cómo Hayashi abrió su propia clínica de Reiki en Shinano-machi, Tokio. Cuando Usui murió, Hayashi dejó la Usui Reiki Ryoho Gakkai y estableció la Hayashi Reiki Kenkyu-kai (Centro de Investigación de Reiki estilo Hayashi). El Hayashi Reiki Ryoho se propagó principalmente en Japón y los niveles eran Shoden, Okuden y Shinpiden. Se dice que Hayashi dio el Shinpiden a 13 de sus alumnos, incluyendo dos mujeres, Hawayo Takata y Chie Hayashi (su esposa).
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En 1935, Hawaya Takata, una joven natural de Hawai, con nacionalidad norteamericana, se presentó en la clínica de Hayashi. Estaba gravemente enferma, sufriendo de diversos trastornos orgánicos y de una depresión sobrevenida a la muerte de su marido, todo lo cual la mantenía en un estado de suma debilidad. Poco antes de sufrir una intervención quirúrgica, estando de visita en casa de sus padres, oyó la voz de su difunto esposo, aconsejándole que rechazase la operación. La joven confió sus dudas al médico que la trataba y éste le sugirió que probase el tratamiento del Reiki. Lo probó, y finalmente quedó curada.
Muy impresionada por este resultado, Hawaya Takata decidió iniciarse en el Reiki, pero no tardó en averiguar que ese campo estaba exclusivamente reservado a los hombres. Sin embargo, con su determinación de mujer "gaijin" (extranjera), se rebeló contra ello, y al final su perseverancia dio unos frutos excelentes. Primero siguió las enseñanzas del primero y el segundo grados, y cuando más tarde regresó a Estados Unidos, se instalo por su cuenta.
En 1938, el doctor Hayashi y su hija la visitaron, y la señora Takata fue iniciada con el grado de maestro poco antes de que sus visitantes volvieran al Japón.
El doctor Hayashi, que era un gran místico, presintió la inminencia de la guerra contra Estados Unidos, y adoptó sus disposiciones al respecto. Hawayo Takata, sensible a esas preocupaciones, decidió ir al Japón, donde de inmediato fue puesta al corriente de las premoniciones del doctor Hayashi acerca de las cercanas catástrofes. Para Hayashi, el final del conflicto no tenía la menor duda: Japón sería vencido y habría numerosísimas víctimas entre la población. Puso en guardia a la señora Takata, diciéndole qué medidas debería tomar para proteger el Reiki. Como el doctor Hayashi no quería verse complicado en modo alguno en la contienda que se avecinaba, decidió organizar su paso a otro plano de existencia, y un día, a finales de los años 30, se vistió con un ropaje de ceremonia y rodeado de sus amigos, abandonó su cuerpo por decisión voluntaria. La señora Takata permaneció algún tiempo en el Japón para organizar las exequias y luego partió hacia Hawai, donde tuvo la suerte de escapar al encarcelamiento de los japoneses instalados allí durante la Segunda Guerra Mundial. Además, esa mujer férreo carácter, continuó su enseñanza del Reiki en Norteamérica después del conflicto bélico, o sea durante la era del maccartismo, uno de los períodos de mayor intolerancia de la historia de Estados Unidos.
En los años 70, la señora Takata empezó a formar otros maestros, ya su muerte, que tuvo lugar en diciembre de 1980, tenía ya veintiuno. Al morir Takata, su nieta Phillis Furumoto fundó la Alianza de Reiki, para continuar con el trabajo de Takata. Barbara Wray, que también fue iniciada por Takata, tenía una idea diferente y estableció la Técnica Radiance de Reiki. Estos dos grupos son los mayores aunque hoy existen otros grupos más pequeños.
Reiki se reimportó al Japón a finales de la década de los 80. Diferentes estilos de Reiki occidental se han divulgado por Japón. El sistema de Reiki Tradicional Japonés todavía existe. El Usui Reiki Ryoho Gakkai (Sociedad del Sistema Usui de Sanación Natural) mantiene la tradición y las ideas de Mikao Usui.